Toulouse, una constante en la historia

Gallardón recordaba en El País, con motivo de la matanza antisemita de Toulouse, una anécdota de George Steiner. Cuando el escritor francés era un niño, en 1934, su padre se asomó a la ventana con él y ambos miraron a una  muchedumbre encolerizada que gritaba «muerte a los judíos». Su padre le dijo «no te asustes, lo que ves se llama historia».

El Antisemitismo forma parte de la historia occidental. No son pocas las naciones que tienen un palmarés antisemita. Y nunca ha habido una razón lógica que justifique este odio milenario. A los judíos se les ha odiado por ser comunistas y por ser capitalistas, por encerrarse en sus guetos y por medrar en la sociedad, por ser tacaños y avaros y por exhibir sus riquezas. No hay razones, solo justificaciones a la sinrazón.

Pese a que Henry Bean nos recordaba en su colosal El Creyente, en boca de Ryan Gosling, que el Antisemitismo es un axioma de la civilización, ningún historiador o sociólogo ha encontrado una razón de peso, un hallazgo científico o una explicación  racional de un odio constante desde el amanecer de los tiempos.

Como un fantasma, como un ente inmortal, el Antisemitismo muta y se adapta a cada época histórica. Si antaño se apeló a la raza o a la religión, hoy el Antisemitismo ha encontrado en el Estado de Israel su nuevo paradigma. Así, por ejemplo, el mito clásico que acusaba a los judíos de matar niños cristianos encuentra su racionalización en la muerte de niños palestinos a manos del ejército israelí. Igual ocurre con el mito de la Conspiración Judía Mundial para dominar el mundo y su espejo actual en el lobby proisraelí de EE UU. Sin embargo, el leit motiv sigue inmutable.

Por ello, la matanza en Toulouse, desgraciadamente, no es nada nuevo. Lo mismo que movió a Mohamed Merah a disparar a sangre fría a niños judíos en un colegio, es lo mismo que movió el año pasado a los asesinos de la familia Fogel que pasaron a cuchillo a un bebé de tres meses. También es lo mismo que movió a cientos de terroristas palestinos a inmolarse en cafeterías y autobuses durante la Segunda Intifada, lo mismo que movió a miles de europeos a taparse los oídos mientras sus vecinos eran llevados en trenes para el ganado hacia el terrible camino del exterminio. Lo mismo que movió a agentes de las SS a rematar a niños que habían sobrevivido en la cámara de gas acurrucados en el vientre de sus madres.

Las víctimas de la matanza de Toulouse

Toulouse es sólo un siguiente zarpazo de una bestia que late en el corazón de muchos individuos y muchas sociedades alrededor del mundo. Como bien dijo el padre de Steiner, lo que estamos viendo es una constante en la historia: Judíos que mueren por el hecho de serlo.

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