En la conmemoración del Día de Recuerdo del Holocausto del pasado enero en el Senado, el canciller español, García Margallo, parecía cambiar el rumbo de las relaciones entre España e Israel. Estas estaban ciertamente dañadas por las dos legislaturas en las que el gobierno de Zapatero no dudó en meter en la arena política nacional el conflicto entre israelíes y palestinos y tomar partido abiertamente por los últimos. La foto de un presidente español con la kefiyah, mientras un millón de israelíes se refugiaba de los misiles de Hizbulá, parecía haber quedado atrás.

No obstante, parece que el gobierno del PP no está mejorando su postura respecto a Israel.

En primer lugar, tras la batalla interna en el PP, escenificada en la votación del Parlamento Europeo, y en el gobierno, entre Exteriores y Moncloa, España apoyó la propuesta de Abbas en la ONU para que la Asamblea General otorgara a Palestina -a falta de una, sigue habiendo dos aún no reconciliadas: una en Cisjordania bajo gobierno de Al Fatah y otra en Gaza bajo el gobierno de Hamas- el status de Estado observador no miembro. Casi simultáneamente, Gallardón anunciaba en el Centro Sefarad-Israel que el gobierno iba a aprobar una nueva normativa con el objetivo de agilizar los trámites para que todos los sefardíes del mundo puedan obtener la Carta de Naturaleza, algo ya reconocido en el Código Civil.

El gobierno daba así una de cal y otra de arena. Por un lado, quería mostrar una cara amable ante el mundo árabe para asegurar ciertos acuerdos comerciales, como los del AVE a La Meca, y por otro, calmar los ánimos de Israel por la votación en la ONU demostrando el filojudaísmo del nuevo Ejecutivo.

En segundo lugar, como comenté hace poco, el gobierno del PP está dialogando indirecta y ocasionalmente con Hamas. Algo que es lisa y llanamente inconcebible si atendemos a los principios políticos del PP y de sus socios europeos y sin adentrarnos mucho en la postura de la que hacen gala ante otras organizaciones terroristas como ETA.

En tercer lugar, sin haber recibido todavía al premier israelí, Rajoy recibió a Mahmud Abbas como si de un jefe de Estado se tratara y Margallo, orgulloso, expuso que apoya «la rama de olivo de Arafat». No mencionó nada de la pistola que Arafat ofrecía en la otra mano. No dejen caer la rama, advertió el Rais palestino en la ONU. Una extorsión mafiosa que tragaron todos los líderes internacionales presentes y que Margallo ha utilizado como ejemplo y como doctrina para la paz entre israelíes y palestinos.

El gobierno del PP tiene como primer objetivo salir de la crisis, y por ello ve al mundo árabe como un socio comercial, y la vía más rápida para caer bien a los países árabes es la causa palestina. Es la explicación más coherente, de lo contrario, otras explicaciones desembocarían en la nostalgia de un tiempo pasado en el que se clamaba por la tradicional amistad con el mundo árabe y no se reconocía al Estado de Israel.