La Ciudad Vieja de Jerusalén y en concreto el Monte del Templo, o la Explanada de las Mezquitas (en adelante Monte Moriá, su nombre bíblico) es uno de los centros neurálgicos del conflicto entre israelíes y palestinos.
El lugar más sagrado para el pueblo judío, el Kotel (Muro de los Lamentos o Muro Occidental) que es lo único que queda del Templo de Salomón, es parte del complejo que alberga a la mezquita de Al Aqsa y a la Cúpula de la Roca, el tercer lugar más sagrado del Islam. Ehud Barak, entonces premier israelí, le planteó a Arafat en 2000 que la frontera entre Israel y Palestina fuera precisamente esa: una ficción jurídica entre el Kotel y la Explanada. Arafat lo rechazó y hasta hoy algo así es una completa utopía. Y este asunto representa cuan complicado se torna alcanzar un acuerdo entre las partes y que ambas, a su vez, queden satisfechas.
Restricciones en el lugar
La semana pasada, estuve de visita en el Monte Moriá. Se accede por el puente de Mugrabi, y las restricciones son muy altas. Las autoridades israelíes controlan la seguridad del lugar. Si eres judío no puedes llevar ningún libro de oraciones, ningún objeto de liturgia como tefilin o talit, ni mostrar ningún símbolo judío. A mí me sugirieron quitarme la kipá y me dijeron que la estrella de David que llevo en mi cuello no saliera de la camisa. También está prohibido rezar en hebreo.
Una vez en la Explanada, se pueden observar a niños árabes jugando al fútbol, a hombres entrando y saliendo de la mezquita y a mujeres conversando y paseando por el lugar. Los turistas hacen una visita rápida pero intensa. Se les cuenta cuándo fueron levantadas ambas estructuras -en el siglo VII- y por qué, que la Autoridad Rabínica de Israel recuerda que está prohibido subir al Monte por la santidad del lugar (allí se situaban el Arca de la Alianza y el Tabernáculo, y sólo los sacerdotes podían acceder) y sobre todo lo deseado que es este lugar por ambas partes del conflicto.
Sin embargo, la corriente Datí Leumí (que puede traducirse como Religioso-Nacionalista) sigue la máxima de que si no se usa, se pierde. Así, grupos religiosos intentan acceder al Monte a diario y llevar a cabo los oficios. Sólo en días como Yom Yerushalaim (el Día de Jerusalén, que conmemora la reunificación de la ciudad en junio de 1967) se les permite la entrada, protegidos por la policía y siempre mirando el reloj.
La autoridad religiosa que controla el Monte Moriá es el Waqf jordano. La Ciudad Vieja de Jerusalén en su totalidad estuvo en manos jordanas desde 1949 a 1967. Se expulsó a todos a todos los judíos que allí vivían y la calle que llevaba al Kotel era un basurero.
La Ciudad Vieja no es negociable para el actual liderazgo israelí
Jerusalén es uno de los puntos más importantes en la orden del día de las negociaciones. Según el Plan de Partición de 1947, aceptado sólo por los judíos, dejaba a Jerusalén como ciudad internacional, administrada por las Naciones Unidas y con permiso de entrada para todas las confesiones. La guerra de 1948 dio como resultado la partición de Jerusalén: la parte occidental era Israel, la parte oriental, incluyendo la parte que nos ocupa en este post, era Jordania.
No sólo, como he mencionado antes, se expulsó a los judíos de la Ciudad Vieja y el Kotel quedó como un basurero. Ningún líder árabe importante visitó la ciudad -solamente el Rey Hussein la visitó ocasionalmente- y también se construyeron letrinas en el Monte de los Olivos. La OLP, que nace en 1964, cuando Gaza está en manos de Egipto y Cisjordania, incluyento Jerusalén Este está en manos jordanas, comenzó sus reivindicaciones sobre Jerusalén solo cuando el ejército de Israel volvió a conquistar la ciudad en 1967 durante la Guerra de los Seis Días.
Si se alcanza la paz entre israelíes y palestinos, Jerusalén será dividida. Muchos israelíes, incluído el ex primer ministro Ehud Olmert, afirman que es algo inexorable y que la capital está dividida de facto. Es cierto que Jerusalén Este y el resto de la ciudad son bastante diferentes. Es cierto que la mayoría de los barrios árabes de Jerusalén Oriental quedarían en manos de un futuro Estado Palestino. Pero lo que pase con la Ciudad Vieja, esa ciudadela que se corona en las colinas de Jerusalén, no está tan claro, o al menos tan aceptado.
Barak en las negociaciones de Camp David ofreció más de lo que ningún político israelí se atreverá jamás. Y los palestinos rechazaron esa oferta. Netanyahu, coronado en monarca del actual Israel después de un movimiento político bastante inteligente que le ha convertido líder de la tercera coalición más grande en la historia de Israel, ni si quiera se planeta hablar sobre la Ciudad Vieja. Una cosa es Sheikh Jarrah, o Wadi al Oz, otra cosa es el Kotel y el Monte Moriá.
No es cuestión de medir cuál de las partes tiene más derecho sobre la Ciudad Vieja. Porque entonces sólo habría un color: Jerusalén ha sido capital del Reino de Israel, nunca fue capital de Palestina -porque, entre otras cosas, nunca ha existido Palestina como Estado Árabe- y la parte oriental, incluyendo la Ciudad Vieja, fue arrebatada de manos jordanas, quienes no han vuelto a reclamar sobre ella. Sin embargo, dejando de lado la historia de la ciudad, si es cuestión de alcanzar una paz justa entre ambas partes.
Es un territorio en disputa, en términos de Derecho Internacional. Y según todos los Acuerdos anteriores firmados entre las partes, todas las cuestiones del conflicto deben resolverse bajo negociación. Una solución posible sería mantener la administración israelí sobre toda la Ciudad Vieja, pero permitir que el Waqf siga siendo autoridad religiosa en la Explanada de las Mezquitas mientras acepte que las demás confesiones puedan rezar allí fuera de las mezquitas. Una situación parecida a la de ahora, pero con la diferencia de que sería suelo israelí y que se permitiría la libertad de culto para todas las confesiones en el Monte Moriá.
Jerusalén es el deseo eterno del pueblo judío
Los judíos llevan -llevamos- soñando con volver a Jerusalén más de dos mil años. En los Salmos podemos leer:
¡Si te olvidare, Jerusalem,
olvide mi diestra su habilidad!
Que mi lengua se pegue al paladar
si de ti no me acuerdo,
si no considero a Jerusalem
como mi máxima alegría.
David Ben Gurión, el padre del Israel moderno, y laico, le recordó a las tropas que construyeron la Carretera Birmania -a la que hago homenaje con el título de este blog- que Jerusalén descansa en el corazón de todo judío.
No es nuevo, ni tiene que ser reprochable, que los israelíes y todos los judíos del mundo muestren su euforia por tener Jerusalén de nuevo. Las calles estuvieron el domingo repletas de gente que bailaban y celebraban, con conciertos, ríos de alegría y sin una gota del alcohol. Jerusalén siempre ha estado dentro de la psique judía como uno de los grandes anhelos.
